14 de Mayo de 2021-Formosa
Un relevamiento de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva puso en evidencia que aún hay centros hospitalarios que resisten a recibir familiares o parejas de los enfermos que terminan falleciendo sin despedirse
La soledad es una realidad para las personas que se infectan con SARS-CoV-2 y una vez que son hospitalizadas, se quedan solos en una habitación donde los profesionales de la salud los visitan una vez al día el mínimo tiempo indispensable, hablando detrás de su máscara, nadie los puede visitar y a menudo usan solamente el teléfono celular como medio de contacto; al ser transferidas a unidades de cuidados intermedios o intensivos, pierden por completo la conexión con sus familiares y amigos, estando aisladas hasta que, si la situación empeora, se colocan en coma farmacológico y son ventiladas, con alta posibilidad de muerte, y sin haber tenido la oportunidad de despedirse de sus seres queridos.
El acompañamiento durante la internación en sus últimos días de vida de pacientes con diagnóstico confirmado de COVID-19 o de cualquier otra enfermedad o padecimiento está autorizado. Sin embargo, un relevamiento de la Sociedad Argentina de Terapia Intensiva (SATI) sobre 171 unidades de terapias intensivas del país puso en evidencia que aún hay centros hospitalarios que resisten a recibir familiares o parejas de los enfermos que terminan falleciendo sin despedirse. Del estudio, participaron 90 instituciones (54%) públicas y 81 (47%) privadas, que representaron un total de 3246 camas, observándose una tasa de ocupación del 87% el 30 de abril.
“Hay hospitales que no tienen visitas a la terapia intensiva por diferentes motivos. Porque algunos tienen miedo que la gente contagie al personal de la salud. Hay restricciones en la circulación del hospital que requieren permisos especiales para familiares”, comentó a Infobae Carina Balasini, de la comisión directiva de la SATI.
En algunos hospitales, los familiares pueden verlos detrás de un vidrio. En otros, no está esa posibilidad, dijo Balasini. “Consideramos que el familiar tiene derecho a ver al paciente. Verlo es una forma de aliviar el sufrimiento también”, agregó. En algunos hospitales se hace un informe telefónico sobre el paciente a la familia. Al entrar a la unidad de terapia intensiva, se les hace firmar un consentimiento en el que se advierte que pueden estar en riesgo de contagiarse al entrar.
El marco dramático que plantea la muerte en aislamiento y soledad provoca un sufrimiento inusitado tanto en la persona por morir, como en su entorno afectivo, impidiendo el ejercicio de derechos esenciales como la posibilidad de acompañamiento y despedida. En todas las culturas, los rituales son constitutivos del ser humano y la despedida es un instrumento necesario para poder “dejar ir” al ser querido. El ritual de simplemente tomar una mano, simboliza un ejercicio del derecho de decir adiós, permitiendo el pasaje a una nueva y definitiva etapa.
“La muerte no tiene explicación pero puede tener un sentido; para que ello sea posible es necesario un tránsito final signado por la presencia de los afectos, en donde pueden develarse sentimientos esenciales y necesarios para una comprensión existencial y definitiva sobre lo vivido. El propósito de los protocolos es lograr que dentro de las posibilidades de cada establecimiento y/o servicio sean menos las personas que mueran solas y puedan promover un alivio emocional del círculo afectivo del paciente, a fin de evitar la incontenible angustia de no poder ejercer el derecho al adiós, previniendo duelos prolongados y excesivamente dolorosos”, reza el informe Recomendaciones para el acompañamiento de pacientes en situaciones de últimos días/horas de vida y para casos excepcionales con COVID-19 del Ministerio de Salud.
Por la alta contagiosidad del coronavirus, esta enfermedad exige el distanciamiento y la aplicación de medidas de protección personal, por lo que plantea el desafío de generar nuevas formas de relación entre los equipos médicos y los pacientes, y entre los pacientes y sus allegados.
INFOBAE