23 de junio de 2021-Formosa
El contexto de emergencia sanitaria cuestiona las relaciones de amistad e incluso puede llegar a suprimirlas. Sin embargo, mantener estos vínculos, de forma virtual o presencial, resulta indispensable para la construcción del universo de la infancia.
El libro de Esteban Levin, psicólogo, psicomotricista, psicoanalista y profesor de Educación Física-desarrolla la importancia del juego y los desafíos frente al covid.
En una charla con el portal Redacción en tres preguntas el especialista habló del tema y anticipó que está terminando de escribir su próximo libro: La rebeldía de la infancia: potencia, ficción y metamorfosis, que en los próximos meses publicará Noveduc.
¿Por qué es tan importante compartir el juego en niños y niñas?
Cuando un adulto juega transmite una herencia. Es más, tal vez sea la única manera de transmitir y aprehender una herencia simbólica. Es decir, de donar amor a través de palabras, gestos, en un ritmo que se da al jugar con otro.
Por ejemplo. Una madre canta a un bebe porque lo ama, y sin importar lo que ella cante el pequeño percibe el placer gestual. Nunca se enseña al otro a jugar. A partir de la propia experiencia y se la dona a otro, sin esperar nada a cambio.
¿Por qué es tan importante, ahora que estamos atravesando esta pandemia, privilegiar el juego?
Porque en pandemia la experiencia más devastada es la de los niños. Pocos tienen en cuenta que esto está pasando. La experiencia que ellos tienen es muy pobre porque perdieron la posibilidad de formar comunidad con otros chicos.
La imagen. De un niño frente a una computadora diciendo “estoy en la escuela” es tremenda porque ahí no está el otro con quien compartir una experiencia diferente y aprehender de ella. Cuando sabemos que la comunidad educativa es la puesta en acto de la diferencia. Y lo que tienen en común es lo diferente, es lo que es propio compartido con el otro, del cual decanta lo nuestro (el nos-otros).
¿Cómo podemos impulsar el juego familias y docentes?
Nuestro desafío frente al COVID es resistirnos a él. A través del deseo de enseñar y compartir con el otro un saber en común. Porque la pasión que está en el origen del deseo de transmitir la herencia es lo que hace que un niño pueda aprehender y es justamente eso lo que nunca puede transmitir una computadora, ella no tiene afectos que la afecten y que puedan transformarla, a diferencia del cuerpo del niño.
La computadora. Informa, memoriza, transmite conocimientos pero no se apasiona por ellos. Lo humano es apasionarse por una idea, un pensamiento o la invención de un saber que no se sabe. A un docente, si se lo permite, le encanta aprehender de sus alumnos porque en el encuentro con el otro, con el niño, crea un saber que no sabía.
Por eso. En los momentos de mayor aislamiento, en los que los niños quedan sin escuelas, propongo que si usamos la pantalla no sea únicamente para transmitir información o conocimiento, sino para jugar en una tercera zona compartida donde el niño hace el lazo social.
Es decir. Si el niño dibuja, nosotros dibujamos, compartimos la experiencia de jugar juntos. Si él canta en su casa y nosotros en la nuestra, a cualquier distancia uno del otro, lo que ocurre en el medio es un territorio, un tiempo y un espacio compartido.
En esta situación de emergencia sanitaria en la cual se promueve el distanciamiento social se pone en riesgo la pérdida del vínculo de la amistad y la experiencia en común. El encierro puede provocar en los más chicos una sensación de encontrarse cautivo en un adentro asfixiante. La consecuencia principal de dicho encierro es la falta de renovación del espacio y el tiempo, hecho que desgasta la memoria afectiva.
Experimentar cosas con amigos genera la contingencia del pensamiento abierto del «quizá», que conforma la pluralidad del porvenir. Un niño puede salir de sí y arriesgarse a ese «quizá» si encuentra otro quien le ofrece esa posibilidad. No obstante, el virus ataca directamente a esa experiencia y además produce incertidumbre, ya que los más chicos no saben lo que pasará ni cuándo podrán volver a estar con sus amigos.
Para los más pequeños, se sostiene la necesidad de mantener los vínculos a pesar del distanciamiento físico. Se debe pensar la ausencia como alianza, como una pausa hasta regresar al devenir de la relación previa.
La necesidad de interrumpir el encierro tiene que ver con la importancia de salir de la propia realidad carente de perspectiva para pasar a una apertura de la experiencia que rompa con la dilatación temporal que el niño percibe para poder así evitar consecuencias como la tensión, el achatamiento del pensamiento y el devenir de un tiempo inaudible que condensa el sufrimiento del pequeño.